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La ciudad de Aab

  • juanbiondo
  • 3 ago 2014
  • 2 Min. de lectura

La ciudad de Aab

Iván había conocido a Zyl cuando era muy chico, y no recordaba nada de la ciudad. Durante el viaje en tren leyó la guía turística que le había dado su tía. La estudió en orden, desde la primera palabra hasta la última. Las hojas estaban hinchadas por la humedad y algunas páginas fallaban.

Allí se contaba Zyl había sido fundada por un tal Aab, una fabricante que había reunido una pequeña fortuna gracia a la producción de juegos de dominó y ajedrez. Aab había experimentado con las maderas de la región para fabricar juegos especialmente resistentes. Una de sus ideas más exitosas había sido la venta de piezas sueltas. Quien compraba un juego de Aab, sabía que, en caso de extraviar, por ejemplo, un caballo negro, podía comprar otro exactamente igual. En aquellos tiempos se jugaba a todo con mucha pasión, y quien perdía el dominó, las damas, o al ajedrez, golpeaba el ajedrez con tanta fuerza que las piezas volaban por el aire y desaparecían bajo los muebles.

Aab, que podía completar todo el juego con la pieza que faltaba, no se había preocupado por hallar lo único que le faltaba a la ciudad: el nombre. Como había sido el primero en afincarse, los otros pobladores le cedieron el derecho de elegir el nombre y le insistieron para que se apuras. Sin nombre, no tendrían lugar en los mapas. No estar en los mapas es como no existir.

Desde niño, Aab había notado que su apellido aparecía en primer lugar en cualquier clase de lista.

-Ya que su nombre está siempre al comienzo pondremos a la ciudad el nombre que esté en el último lugar- Dijo Aab.

Los pocos habitantes de la futura ciudad lo acompañaron hasta la biblioteca del pueblo: una casa cuadrada, blanca, que le había servido a los habitantes de Zyl, para deshacerse de los libros que sobraban. Allí habían ido a parar novelas pasadas de moda y libros de poesía escritos por algún familiar. Aab sacó de un estante un diccionario enciclopédico de tapas azules. El dedo índice de su mano derecha vaciló en el aire y cayó sobre la última palabra.

-Zyl- Dijo.

Zyl era el nombre de un pintor holandés del siglo xiv. Como entre los pocos datos que había sobre el pintor se destacaba su afición por los rompecabezas, se consideró que Aab había dado con el nombre correcto.

Los otros aplaudieron, aliviados. Alguno había temido que la palabra final fuera zzzz, onomatopeya del sueño; nombre inapropiado para una ciudad que se imagina próspera y activa.


 
 
 

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